XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, AÑO IMPAR
- JUEVES
Primera lectura
Lectura del
libro de los Jueces 11, 29–39
Yo
hice una promesa al Señor y ahora no puedo retractarme
29El espíritu del Señor descendió sobre Jefté,
y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó
hasta el país de los amonitas. 30Entonces hizo al Señor el siguiente
voto: "Si entregas a los amonitas en mis manos, 31el primero
que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso,
pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto". 32Luego
atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. 33Jefté
los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit -eran en total veinte ciudades- y
hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron
sometidos a los israelitas. 34Cuando Jefté regresó a su casa, en
Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su
única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas. 35Al
verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado!
¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y
ahora no puedo retractarme". 36Ella le respondió: "Padre,
si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya
que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los amonitas". 37Después
añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por las
montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos". 38Su
padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con
sus amigas, y se lamentó por haber quedado virgen. 39Al cabo de los
dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.
Palabra de Dios.
Comentario:
El
v. 29 nos marca como alguien que está bendecido por Dios recorre, pasa y
avanza. Algo parecido al "Vini, vidi, vinci" (vine, ví y vencí) de
Julio César. Es que cuando alguien está bendecido por Dios para una tarea, nada
ni nadie, puede oponérsele.
Pero
en los v. 30 y 31 hay un cambio en Jefté. Uno puede preguntarse, viendo todo lo
que había logrado, porqué Jefté tiene ahora esa necesidad de
"regatear" con Dios. ¿Por qué se le ocurre hacer un pacto que Dios no
le pedía? ¿Para que un holocausto que Dios ni siquiera alcanza a sugerir? Es un
sinsentido. Tal vez son los miedos de Jefté que le exigen tener la seguridad de
la victoria. Posiblemente, ante los grandes logros, piensa que debe pagar un
precio, peaje, o algo por el estilo a Dios por su bendición. Muchos somos así.
Desde nuestros temores afloran las actitudes mágicas o las que intentan llegar
a acuerdos que Dios ni siquiera piensa, pero que nosotros tenemos presentes. A
veces esto se ve en las personas demasiado rigurosas consigo mísmas y, por
consecuencia, muchísimo más con los demás. Pareciera que hay que pagar un
precio por ser feliz, o por estar bendecidos, o para que nos vaya bien. Eso es
pensamiento de hombre… Dios no razona así. Para Dios es un gozo nuestra
victoria, nuestra felicidad, que prosperemos. Dios es Padre, y como Padre, se
alegra del triunfo de sus hijos sin necesitar ningún holocausto.
Jefté
pasará a nuestra memoria como un hombre irresponsable (promete la vida de
alguien que no es él, así es fácil hacer promesas), insensible (no tiene piedad
de su propia hija a quien asesina por un capricho personal) y egoísta (ni
siquiera piensa si Dios quiere eso que él promete, es solo hacer la propia
voluntad).
Con
una gran dosis de dramatismo (v. 34) se nos muestra a la niña que se alegra de
la vuelta de su padre a casa, sin saber lo que va a pasarle. En el v. 36 la
joven muestra el gran espíritu que tiene, acepta sin ningún gesto de violencia
la voluntad de su padre. Esta niña es, como Isaac, imagen de Jesucristo. Ella,
sin nombre para nosotros, condenada a morir sin tener descendencia (lo que
inspiraba terror en las mujeres de la época que tenían como el bien supremo ser
madres), muere por los caprichos humanos, por la insensibilidad de un hombre
irracional atado no a la voluntad de Dios sino a lo que el "cree" que
es Dios. La dureza de Jefté contrasta fuertemente con la mansedumbre y bondad
de la hija.
La
Biblia siempre condena los sacrificios humanos (cf. Levítico 18, 21; 20, 2-5; Deuteronomio 12, 31; cf. 2
Reyes 16, 3; 21, 6; 2 Crónicas
28, 3; 33, 6). Lo sucedido es
solo culpa de un hombre que quiso atrapar el poder de Dios creyendo que podía
"pagar" con un holocausto lo que ya Dios le había regalado por su
magnífica generosidad.
Meditemos:
·
En mi relación con Dios: ¿Soy como Jefté, que todo lo
quiere seguro pretendiendo pagar un precio?
Salmo Responsorial
Salmo 39 (40), 5. 7–10
R.
¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!
5¡Feliz el que pone en el Señor toda su
confianza, y no se vuelve hacia los rebeldes que se extravían tras la mentira! R.
7Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me
diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, 8entonces
dije: "Aquí estoy". R.
9"En el libro de la Ley está escrito lo
que tengo que hacer: yo amo. Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón". R.
10Proclamé gozosamente tu justicia en la gran
asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. R.
Aleluia
Aleluia. Si escuchan la voz
del Señor, no endurezcan el corazón. Aleluia.
Evangelio
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 1–14
Inviten al banquete a todos
los que encuentren
1Jesús les habló otra vez en parábolas,
diciendo: 2"El Reino de los Cielos se parece a un rey que
celebraba las bodas de su hijo. 3Envió entonces a sus servidores
para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. 4De nuevo
envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi
banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores
animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas". 5Pero ellos
no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su
negocio; 6y los demás se apoderaron de los servidores, los
maltrataron y los mataron. 7Al enterarse, el rey se indignó y envió
a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. 8Luego
dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los
invitados no eran dignos de él. 9Salgan a los cruces de los caminos
e inviten a todos los que encuentren". 10Los servidores
salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos,
y la sala nupcial se llenó de convidados. 11Cuando el rey entró para
ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 12"Amigo,
le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?". El otro
permaneció en silencio. 13Entonces el rey dijo a los guardias:
"Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá
llanto y rechinar de dientes". 14Porque muchos son llamados,
pero pocos son elegidos".
Palabra del Señor.
Comentario:
¿Han venido con traje de fiesta o no? ¿Qué significa el
traje de fiesta? Tener ropa nueva. ¿Qué más significa el traje de fiesta? En
cristiano, es tener un corazón limpio, lleno de amor, de bondad y de pureza. El
Señor invitó a todos a su fiesta, a todos, pero hay muchos que dicen: no tengo
tiempo para ir a misa. Cuántas veces hemos dicho nosotros lo mismo: mañana
domingo, voy, y sin embargo no lo hacemos. Y cuando los servidores invitan y
dicen: ¡vengan a la fiesta del Rey del cielo!, los maltratan y los matan.
Pobres las mujeres, ¿no?, por ahí le dicen a los maridos: vamos a misa, ellos
le responden: ¡Ah!, dejá, para qué voy a ir a misa. Encima, cuando a uno le
llaman la atención en algo, a veces en la familia, te dicen: ¡Ah! y vos que vas
a la iglesia y te golpeas el pecho..., ¿no te dicen así?, bueno, ese es el
maltrato de los servidores; ellos se van a su campo, hacen lo que quieren, y
encima se enojan con nosotros.
Pero dice
el relato: el rey dijo: basta, se acabó, y mandó a destruirlos a todos; pero lo
más importante de esto, es que Jesús se refiere a los judíos, podríamos decir,
que Mateo se refiere a los judíos; y la destrucción de la ciudad, tiene que ver
mucho con la destrucción de Jerusalén el año 70, pero lo que más nos importa a
nosotros es la segunda parte: el señor mandó a sus servidores a los cruces de
los caminos, o sea, los mandó a las calles, a todos lados, a que inviten a
cualquiera, no importa quien sea, si era bueno o malo, no se miró la cara del
cliente, no se miró la billetera de la persona, no se miró el corazón ni las
buenas acciones, ni la bondad, ni los cariños, ni el amor que le dio a Dios,
invitó a todos. El precio del banquete, Dios ya lo ha pagado, lo pagó, ahí, en
la cruz. Ya está, todos estamos invitados a la fiesta, y es “canilla libre”, no
importa si fuimos malos o buenos, pero en la fiesta tenemos que estar con traje
de gala, con traje de fiesta. ¿Cuándo te dieron el traje de fiesta?, el día de
tu bautismo, el día de tu bautismo te vistieron con traje de fiesta; hasta
algunos tienen la costumbre, si se puede, de llevar a los chiquitos vestidos de
blanco, simbolizando la pureza, la candidez.
Los
romanos también se vestían de blanco para mostrar que tenían buenas
intenciones, que eran transparentes, por eso se usa la palabra candidato:
cándido, con transparencia, igual a su señor Jesús, diríamos nosotros en
cristiano, es el rostro de Cristo que está en nosotros, somos templo del
espíritu, Dios habita en nuestro corazón; ese es nuestro traje de fiesta, pero
muchas veces no lo hemos sabido cuidar y hemos convertido un traje de gala en
harapos y hemos convertido un traje de fiesta en algo tirado, y hemos guardado
nuestra santidad en el ropero de la vida y no la queremos sacar, y entonces,
Dios, mira a este hombre que estaba por vivir la vida junto con él, invitado a
estar este cristiano de fiesta junto con Dios, bendecido en esa fiesta gratis,
de Dios que es la vida, y lo mira así, sucio y rotoso, sin su traje de fiesta y
le dice: “¡AMIGO! ¿Y tu traje de fiesta?” ¿Y qué responde el hombre? ¿Respondió
algo? Nada, silencio. A Dios no se le puede mentir. No se le puede engañar. No
hay discurso que valga. No hay palabras, ni promesas delante de Dios, porque el
Señor mira el corazón; y acá, este hombre, sabía que se le miraba al corazón, y
no pudo decir nada. Y entonces Dios dijo palabras de Jesús, el Rey: “Atenlo de
pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar
de dientes”.
No
esperes a tu juicio final para que pase eso. Si no estás de traje de fiesta, con
pureza y santidad delante de Dios, ya lo estás pasando ahora, ya estás atado de
pies y manos ante tus instintos, tus incapacidades, las cosas malas que hacés.
Muchas veces tu historia te ata y te condena. Hay que saber sacudirse, pero
bueno, uno lo acepta así, y anda atado de pies y manos. No puede moverse,
imposibilitado de vivir con dignidad, imposibilitado de hacer algo
decentemente. Entonces uno dice: bueno, mañana empiezo. ¡Yo dejo de tomar
cuando quiero!, dice el borrachito, en realidad no quiere nunca. O el pobre
vago dice: si yo salgo, consigo trabajo en cualquier momento, pero ve una cama
y se le hace agua la espalda ¡pobrecito! Bueno, esa es nuestra problemática, la
que habla de nuestra vida, y estamos atados de pies y de manos a nuestros instintos,
a nuestra mala voluntad, porque no la hemos formado bien, no nos hemos
acostumbrado a hacer las cosas disciplinadamente: ah, uno siempre quiere rezar,
pero se olvida, y no se hace disciplina, no trabaja para hacerlo, y entonces
siempre nos falta cinco para el peso,
vivimos en la tiniebla. Y no me diga que no vivimos en las tinieblas,
porque los problemas nos comen; y si tenemos miles de problemas y dificultades,
y nos ahogamos, ya no con un vaso, sino con un balde, porque no vemos salida.
Pero,
¿por qué no vemos salida? Porque no nos paramos en la perspectiva de Dios,
porque no usamos el traje de fiesta, porque en vez de acercarnos a Dios, o a
buscar la gracia de Él, preferimos seguir viendo con nuestros miopes ojos, y la
vida se convierte cada vez en más tiniebla, porque no dejamos que la luz de
Cristo nos ilumine, y cuando el Señor prende con ganas la velita, yo la apago,
la soplo, porque me voy desapareciendo, y entonces mi vida se convierte en una
vida de tinieblas, de oscuridad, de cosas sin salida, y como cualquier persona
que no ve, me llevo todo por delante, y el que cae y se lastima soy yo; y ahí
es donde viene el llanto y el rechinar de dientes, sin la fiesta de alegría y
carcajada.
En una
vida sin Dios, hay llanto, miedo a las dificultades, soluciones que no llegan
nunca, porque tampoco las busco, puertas cerradas, caminos sin salida y
rechinos de dientes, porque estoy nervioso todo el día, porque me atacan
dolores, porque me siento mal, porque nada me sale bien. Y la pregunta es:
¿Hasta cuándo vas a estar sin tu traje de fiesta? ¿Hasta cuándo vas a
desperdiciar el don de la vida cristiana que el Señor te ha dado? ¿Hasta cuándo
vas a tener tus campos, tus negocios, tus cosas que te impiden estar con Él?
¿Hasta cuándo te vas a impedir participar de esa fiesta hermosa que el Señor te
ha regalado, que es tu propia vida al lado de tus seres queridos? ¿Hasta cuándo
vas a seguir con tus manos atadas, vas a seguir en las tinieblas y vas a seguir
con el llanto y rechinar de dientes?
Por
eso Jesús dice al final: muchos son los llamados; todos los bautizados, todos,
a todos los traemos a bautizar, pero pocos son los elegidos, pocos eligen el
camino de la vida, al lado de Dios, pocos eligen estar al lado del Señor, pocos
eligen quedarse en la fiesta, vestido con el traje de gala junto a Jesús.
Aprovechemos la oportunidad hoy el Señor nos regala; saquemos el traje de
fiesta que hemos guardado en el armario y nos lo pongamos; al principio no nos
va a quedar tan cómodo, al principio nos vamos a sentir raros, pero no nos
cansemos, sigamos adelante en la vida cristiana. Mantengamos la gracia que el
Señor nos regala. Cambiá de vida, empezá de nuevo, ponete el traje de gala,
porque el Señor te llamó sin tu merecimiento y pagó el precio para que estés en
su fiesta. Humildemente aceptá estar con El.
Meditemos:
· ¿Qué debemos hacer para vestirnos con
el traje de fiesta?
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